Arrestado brutalmente en Gran Bretaña en diciembre 2001, por presuntas actividades terroristas, Mahmoud Abu Rideh ha sido mantenido en diversos formatos de detención durante 8 años. En ese lapso de tiempo no se ha presentado prueba alguna que acredite su culpabilidad, y ni siquiera se ha formalizado acusación concreta en su contra. Un hombre inocente enjaulado sin piedad en un cautiverio kafkiano que ha dejado rastros evidentes tanto en su cuerpo físico, como en su dimensión mental.
En una carta enviada recientemente al diario inglés The Independent, Dina Al Jnidi, esposa de Abu Rideh, afirmó:
“Mi vida esta arruinada: no puedo dormir, lloro todo el tiempo y también mis hijos se han visto afectados. Responsabilizo Tony Blair, la Cámara de los Lores, la Reina, los políticos y el Parlamento: todos ellos tienen las manos sucias”
Desaparecido y presentado con vida por las autoridades inglesas hasta después de 40 dias, desde de un primer momento Mahmoud confiesa a su esposa las violentas torturas y privaciones que padece en la cárcel. El tiempo pasa. Nada de pruebas, nada de acusaciones. El hombre no aguanta mas: cae en una profunda depresión y lo transfieren al hospital psiquiátrico de Broadmoor, donde, según la esposa, a comenzado a herirse a si mismo en tributo a su desesperación que ya hace estragos psíquicos en él.
En 2005 este palestino es “liberado” y puesto a detención domiciliaria, según lo que estipula el Prevention of Terrorism Act: pulsera electrónica, obligación a una firma digital rutinaria, nada de Internet para el y sus familiares, ni visitas no autorizadas por el Ministerio del Interior. Un denigrante marco normativo que permanece hasta la fecha, a pesar de las sentencias contrarias de la Corte Europea de Justicia y Derechos Humanos.
En 2007 el presunto terrorista declaró frente a la Corte de Justicia:
“No tengo derechos humanos en este país. Mátenme como ellos mataron a Saddam. Como Blair y Bush han matado a muchos. ¿Quieren que me mate yo solo? Tengo una navaja…”
Al pronunciar esa frase Abu Rideh extrae del bolsillo una navaja y amenaza con cortarse las venas. La pronta reacción de su siquiatra evitó esta tragedia.
La esposa, exasperada, ha dejado por fin Gran Bretaña, en compañía de sus cinco hijos para establecerse en Jordania, mientras a Mahmoud se le había negado el permiso para seguirlos. Hasta el jueves pasado, fecha en que después de años de batallas legales, y gracias al apoyo de Amnistía Internacional, le fue concedida la autorización para salir a Jordania y reunirse con sus familiares: en dos semanas Mahmoud Abu Rideh tendrá, por fin, la oportunidad de dejar el país que le propinó un trato de denigración absoluta, sin jamás haberle imputado ninguna acusación formal.
“Mi esposo y yo – dice Dina – nos escapamos de las torturas de los israelíes para encontrar una situación aun peor en Gran Bretaña. Yo soy británica, mis hijos también. ¿Cómo podemos aceptar ser tratados de tal manera? Quizá ahora podré tratar de reparar el daño que le han hecho a mis hijos, las heridas emocionales que tendrán que sufrir por quien sabe cuanto tiempo mas. Y podré por fin tratar de olvidar el Terrorism Act, la brutalidad de la policía, los abusos y las torturas que sufrió mi esposo.”
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